Éste es un resumen del segundo capítulo del libro de R. H. S. Crossman Biografía del Estado Moderno editado por el Fondo de Cultura Económica de México, Madrid y Buenos Aires dentro de la Colección Popular.
Nación y estado
Los Estados modernos se diferencian entre si porque tienen características específicas. Sin embargo, todos ellos comparten características genéricas, es decir ciertas analogías. La técnica de producción es la misma en todas partes: sistemas de fabricación racionalizada para la producción en masa. Son también comunes los medios para mantener o destruir la vida humana, o los modos de diversión y recreo.
Todas las formas de gobierno actual pertenen a la especie de Estados-nación, pero ¿qué son ambas cosas?
El autor da tres definiciones para él insatisfactorias, y una satisfactoria de lo que es la nación. Las definiciones insatisfactorias, afirman que la nación es:
- Un pueblo que pertenece al mismo linaje biológico.
- Un pueblo unido por lazos históricos, filológicos y culturales.
- Una reunión libre de individuos que, sin consideración alguna repseto a la raza o el lenguaje, desean vivir unidos bajo el mismo gobierno.
La definición para él satisfactoria afirma que la nación es un pueblo que vive bajo un único gobierno central lo suficientemente fuerte para mantener su independencia frente a otras potencias.
Esta definición nos indica la conexión entre nación moderna y Estado moderno. Nación y Estado son dos aspectos del orden social occidental, y cada uno es ininteligible sin el otro. Un Estado debe poseer o surgir de la base de una nacionalidad, y una nación debe someterse a una forma de control centralizado, si es que cualquiera de ambas organizaciones quiere perdurar.
El Estado-nación, sobre el cuál se han vertido el capitalismo, el nacionalismo y la democracia, no se basa en principios perfectamente definidos, sino originados por determinados cambios económicos y sociales que ocurrieron en Europa entre los siglos XIII y XVI.
El orden medieval
La economía de la época medieval se caracterizaba por un marcado localismo y por ser eminentemente agrícola. La expresión de la economía agrícola localizada fue el sistema feudal. Este hecho hizo que se fuera construyendo una jerarquía de clases sociales en la cuál cada grado debía directa obediencia al inmediatamente superior, y sólo en grado secundario, a los más altos. Esta pirámide no se basaba sólo en la obediencia sino también en el derecho a la propiedad. El sistema legal se concretaba en una cuestión de costumbre y tradición.
La estabilidad de la sociedad feudal dependía del poder de los señores para mantener el orden a través del país, combatiendo al propio tiempo los avances del poder real.
La Iglesia católica era la dueña espiritual del mundo civilizado. Podía presumir de poseer un completo control sobre el arte, la educación, la literatura, la filosofía y la ciencia de la cristiandad occidental. En todas las materias espirituales reinaba la Iglesia. A la creencia en la fe cristiana contribuyó la naturaleza universal de la ley, que no era fruto de la soberanía de un pueblo o un dictador, sino de Dios. La institución política que corresponde a esta noción de la ley era el Sacro Imperio Romano Germánico.
Este conjunto de Iglesia, Ley e Imperio creó una cultura universal cristiana que serviría de bagaje al nuevo Estado. La política no existía como una rama separada de la filosofía, sino que era un aspecto más de la teología. Así, se creía que el gobierno espiritual del alma, tarea que correspondía a la Iglesia, debía separarse del gobierno temporal del cuerpo, tarea que correspondía al rey. Ante tal dicotomía, y tal ansia de unos por abastar el gobierno del otro, quedaba claro que dicho sistema estaba llamado a destruirse en cuanto la balanza del poder se inclinase decididamente en favor de los reyes.
Con el advenimiento del Renacimiento y la Reforma, los hombres comenzaron a sentir el espíritu de una edad nueva. El término de Edad Media trajo una declinación en el poder real del Papa y del Sacro Imperio Romano Germánico, combinado con un aumento de sus demandas universales. Los hombres buscaban unidad y autoridad central; el papa y el emperador aseveraban, cada uno por su parte, la legitimidad de su dominio mundial porque estaban en peligro de perderlo y entonces apareció en Italia Maquiavelo, un hombre que habló un nuevo lenguaje y descubrió nuevos conceptos y definiciones, que le sirvieron para describir hechos.
El Monarca Absoluto. Maquiavelo.
En el siglo XVI, la expansión del comercio y la existencia de mejores comunicaciones requerían de un sistema político más centralizado que el existente bajo el feudalismo. Lo que durante siglos parecía ser una protección de salarios justos, de la justicia social y de la salvación espiritual, aparecía ahora como un estorbo y una barrera para la iniciativa humana. En consecuencia, los reyes comenzaron a ejercitar más y más prerrogativas y, con el apoyo financiero de las nuevas clases económicas que iban apareciendo, a ejercer la autoridad sobre los barones feudales. Maquiavelo entendió que cualesquiera que fuesen sus intenciones, humanas o inhumanas, cristianas o paganas, el gobierno que vaya a subsistir debe poseer poder para ejercerlo, y debe entender la teórica de emplear dicho poder. Así, lo más importante es ver que la humanidad y la justicia son sólo posibles en una sociedad donde alguna autoridad central puede lograr obediencia. La filosofía de Maquiavelo puede resumirse en dos puntos:
1) en todos los Estados existe un poder supremo, el soberano. Este punto remarca la necesidad de rechazar cualquier limitación de la autoridad nacional por un poder exterior. Par él estos poderes debían ser o bien organizaciones voluntarias y por tanto someterse a obediencia, o bien parte integrante del propio estado. A partir de aquí el mundo se dividió en territorios cuyas leyes debían promulgarse por un único gobierno central.
2) El control del poder es la justificación de la soberanía. El hombre que proclama Maquiavelo es un hombre independiente, no limitado por la Iglesia o la sociedad. Este ser lograba su engrandecimiento mediante el comercio, la ciencia y la estrategia militar. El soberano estaba por encima de las leyes, y éstas eran solo un instrumento de su soberanía. Era el gobernante nacional y libre que no busca la salvación de su alma sino la conquista del mundo y la capacidad de moldearlo según su deseo. Al mantener a sus súbditos en abyección, y ser libres de mandato de Dios, era un monarca el que podía mantener a las masas sujetas gracias a la religión y la moral.
Sin embargo, este príncipe encontraría dos problemas: cómo educar a las masas en la religión y la moral, y qué hacer con los hombres libres.
La Revolución Económica y la Reforma
Los cambios sociales y económicos que acompañaron a la aparición del Estado-nación, fueron cuatro: el descubrimiento de nuevas fuentes de riqueza más allá de los mares, el desarrollo de las finanzas internacionales, una revolución en los métodos de cultivo de la tierra y en la distribución de la propiedad territorial y la Reforma.
Las naciones occidentales europeas habían comenzado su carrera imperial, descubriendo nuevos continentes, despojándolos de sus tesoros y ofreciéndoles un cambio al credo católico. Como resultado inmediato, la casta occidental de Europa se convirtió en el centro económico del mundo. Las nuevas empresas mercantiles necesitaban capital, ya que las rápida expansión del comercio no podía adaptarse al sistema económico localista feudal. Así pues, un nuevo sistema bancario comenzó a desarrollarse para satisfacer las crecientes necesidades del comercio. Con la aparición de banqueros y comerciantes surgió una nueva clase burguesa poderosa capaz de controlar los medios de circulación, financiar las campañas militares de los reyes y establecer sus casas como sede del tráfico de mercaderías en Europa.
La aparición del capitalismo minaba, dondequiera que llegara, el orden existente, al sostener que el lujo y el disfrute de la riqueza terrenal era carrera respetable para los cristianos. Así fue como la propiedad individual acabó con el equilibrio moral en el mundo.
La Reforma y sus impulsores empezaron entonces a atacar el poder espiritual de la Iglesia, denunciando su secularización, sus riquezas y la corrupción de sus costumbres. Así, se dieron cuenta de que el individuo podía sólo llevar una vida cristiana si se liberaba del dominio.
La columna vertebral de esta reforma fue la nueva clase media y las dos fuerzas motoras la Biblia, como fuente de verdad, y la Nación, como fuente de poder. Este protestantismo acabó como un departamento de Estado, mandando que se obedeciera a las autoridades, y aplastando sin compasión las revoluciones campesinas.
Uno de los efectos indirectos de la Reforma fue la liberalización de la riqueza de la Iglesia, que convirtió la tierra en un bien acumulable y movilizable, dejando de ser ésta una señal de privilegio una vez desaparecidas las clases sociales feudales.
Mientras la propiedad privada, la ciencia y los métodos bancarios avanzaban implacablemente, el hombre europeo necesitaba acomodar su religión, su ley y su moral social a estas nuevas condiciones. Ésto lo conseguiría el movimiento calvinista, que moldaría la mente de las nuevas clases sociales de negociantes, sin entregarla al poder de los príncipes seculares como hizo Lutero. Uno de los puntos claves fue el posicionamiento respeto a la usura, haciendo una distinción vital entre lo que debía entenderse por aquella operación prohibida y la ganancia legítima de capital. Cada individuo logró disciplinar su ética, dado el marco de predestinación en que el calvinismo puso a gran parte de los hombres europeos.
Teoría Política del Absolutismo
Las teorías del Estado Absoluto dan cuenta de que el Estado Moderno se basa definitivamente en una fuerza centralizada y que sin el respaldo de esa fuerza no puede prevalecer justicia ni moralidad de clase alguna. La más influyente de las nuevas teorías fue la del derecho divino de los reyes, y el correspondiente deber de la obediencia pasiva. Este deber lo vemos transcrito en la Biblia, de la cuál los fieles recibían instrucciones precisas. La fe del medievo y de esta nueva época podía ser distinta, pero el principio fue el mismo, porque el nuevo Estado dependía en última razón de la fuerza concentrada en el gobierno central, y el gobierno central iba a exigir absoluta obediencia de sus súbditos, aun cuando grandes núcleos de ellos rehusasen reconocer su autoridad. El derecho divino de los reyes se convirtió en la justificación del status quo en una época destrozada por una sucesión de guerras religiosas. Dadas las resistencias que negaban el derecho divino y encontraban razones por las que ningún Estado debía perseguir a sus súbditos, en razón de sus creencias, se hizo necesario volver a la noción de un pacto entre el rey y su pueblo, tratando de demostrar que aunque el poder divino se derivaba de Dios, también dependía del convenio que se hubiese establecido para mantener la religión verdadera. Una vez admitido ésto, la minoría religiosa (católica o protestante), podía argüir que si el rey profesaba una religión falsa se estaba en lo cierto al combatir su poder y destruirlo. Esta teoría resultaba tan absoluta como la del derecho divino. El poseedor de la religión verdadera era el único que tenía derecho de rebelión. Hay que destacar dos rasgos de estas nuevas teorías:
1) Los argumentos empleados eran de carácter teológico, y sin reconocer el carácter secular de la política, se reclamaba el derecho absoluto de la religión organizada para controlar los gobiernos.
2) La Reforma había producido una situación en la que los gobiernos establecidos diferían precisamente en la religión que trataban de imponer a sus súbditos, mientras todos seguían sosteniendo que debía ser impuesta la religión universal.
La Europa occidental se había establecido ya en sus nuevos Estados territoriales, más o menos delimitados, cada uno con su propia burocracia, su ejército y su monarca absoluto. El nuevo sistema financiero era una institución respetable y reconocido por todo el mundo, y los derechos exclusivos de la propiedad privada se admitían universalmente. He aquí los cimientos del Estado moderno.
Nación y estado
Los Estados modernos se diferencian entre si porque tienen características específicas. Sin embargo, todos ellos comparten características genéricas, es decir ciertas analogías. La técnica de producción es la misma en todas partes: sistemas de fabricación racionalizada para la producción en masa. Son también comunes los medios para mantener o destruir la vida humana, o los modos de diversión y recreo.
Todas las formas de gobierno actual pertenen a la especie de Estados-nación, pero ¿qué son ambas cosas?
El autor da tres definiciones para él insatisfactorias, y una satisfactoria de lo que es la nación. Las definiciones insatisfactorias, afirman que la nación es:
- Un pueblo que pertenece al mismo linaje biológico.
- Un pueblo unido por lazos históricos, filológicos y culturales.
- Una reunión libre de individuos que, sin consideración alguna repseto a la raza o el lenguaje, desean vivir unidos bajo el mismo gobierno.
La definición para él satisfactoria afirma que la nación es un pueblo que vive bajo un único gobierno central lo suficientemente fuerte para mantener su independencia frente a otras potencias.
Esta definición nos indica la conexión entre nación moderna y Estado moderno. Nación y Estado son dos aspectos del orden social occidental, y cada uno es ininteligible sin el otro. Un Estado debe poseer o surgir de la base de una nacionalidad, y una nación debe someterse a una forma de control centralizado, si es que cualquiera de ambas organizaciones quiere perdurar.
El Estado-nación, sobre el cuál se han vertido el capitalismo, el nacionalismo y la democracia, no se basa en principios perfectamente definidos, sino originados por determinados cambios económicos y sociales que ocurrieron en Europa entre los siglos XIII y XVI.
El orden medieval
La economía de la época medieval se caracterizaba por un marcado localismo y por ser eminentemente agrícola. La expresión de la economía agrícola localizada fue el sistema feudal. Este hecho hizo que se fuera construyendo una jerarquía de clases sociales en la cuál cada grado debía directa obediencia al inmediatamente superior, y sólo en grado secundario, a los más altos. Esta pirámide no se basaba sólo en la obediencia sino también en el derecho a la propiedad. El sistema legal se concretaba en una cuestión de costumbre y tradición.
La estabilidad de la sociedad feudal dependía del poder de los señores para mantener el orden a través del país, combatiendo al propio tiempo los avances del poder real.
La Iglesia católica era la dueña espiritual del mundo civilizado. Podía presumir de poseer un completo control sobre el arte, la educación, la literatura, la filosofía y la ciencia de la cristiandad occidental. En todas las materias espirituales reinaba la Iglesia. A la creencia en la fe cristiana contribuyó la naturaleza universal de la ley, que no era fruto de la soberanía de un pueblo o un dictador, sino de Dios. La institución política que corresponde a esta noción de la ley era el Sacro Imperio Romano Germánico.
Este conjunto de Iglesia, Ley e Imperio creó una cultura universal cristiana que serviría de bagaje al nuevo Estado. La política no existía como una rama separada de la filosofía, sino que era un aspecto más de la teología. Así, se creía que el gobierno espiritual del alma, tarea que correspondía a la Iglesia, debía separarse del gobierno temporal del cuerpo, tarea que correspondía al rey. Ante tal dicotomía, y tal ansia de unos por abastar el gobierno del otro, quedaba claro que dicho sistema estaba llamado a destruirse en cuanto la balanza del poder se inclinase decididamente en favor de los reyes.
Con el advenimiento del Renacimiento y la Reforma, los hombres comenzaron a sentir el espíritu de una edad nueva. El término de Edad Media trajo una declinación en el poder real del Papa y del Sacro Imperio Romano Germánico, combinado con un aumento de sus demandas universales. Los hombres buscaban unidad y autoridad central; el papa y el emperador aseveraban, cada uno por su parte, la legitimidad de su dominio mundial porque estaban en peligro de perderlo y entonces apareció en Italia Maquiavelo, un hombre que habló un nuevo lenguaje y descubrió nuevos conceptos y definiciones, que le sirvieron para describir hechos.
El Monarca Absoluto. Maquiavelo.
En el siglo XVI, la expansión del comercio y la existencia de mejores comunicaciones requerían de un sistema político más centralizado que el existente bajo el feudalismo. Lo que durante siglos parecía ser una protección de salarios justos, de la justicia social y de la salvación espiritual, aparecía ahora como un estorbo y una barrera para la iniciativa humana. En consecuencia, los reyes comenzaron a ejercitar más y más prerrogativas y, con el apoyo financiero de las nuevas clases económicas que iban apareciendo, a ejercer la autoridad sobre los barones feudales. Maquiavelo entendió que cualesquiera que fuesen sus intenciones, humanas o inhumanas, cristianas o paganas, el gobierno que vaya a subsistir debe poseer poder para ejercerlo, y debe entender la teórica de emplear dicho poder. Así, lo más importante es ver que la humanidad y la justicia son sólo posibles en una sociedad donde alguna autoridad central puede lograr obediencia. La filosofía de Maquiavelo puede resumirse en dos puntos:
1) en todos los Estados existe un poder supremo, el soberano. Este punto remarca la necesidad de rechazar cualquier limitación de la autoridad nacional por un poder exterior. Par él estos poderes debían ser o bien organizaciones voluntarias y por tanto someterse a obediencia, o bien parte integrante del propio estado. A partir de aquí el mundo se dividió en territorios cuyas leyes debían promulgarse por un único gobierno central.
2) El control del poder es la justificación de la soberanía. El hombre que proclama Maquiavelo es un hombre independiente, no limitado por la Iglesia o la sociedad. Este ser lograba su engrandecimiento mediante el comercio, la ciencia y la estrategia militar. El soberano estaba por encima de las leyes, y éstas eran solo un instrumento de su soberanía. Era el gobernante nacional y libre que no busca la salvación de su alma sino la conquista del mundo y la capacidad de moldearlo según su deseo. Al mantener a sus súbditos en abyección, y ser libres de mandato de Dios, era un monarca el que podía mantener a las masas sujetas gracias a la religión y la moral.
Sin embargo, este príncipe encontraría dos problemas: cómo educar a las masas en la religión y la moral, y qué hacer con los hombres libres.
La Revolución Económica y la Reforma
Los cambios sociales y económicos que acompañaron a la aparición del Estado-nación, fueron cuatro: el descubrimiento de nuevas fuentes de riqueza más allá de los mares, el desarrollo de las finanzas internacionales, una revolución en los métodos de cultivo de la tierra y en la distribución de la propiedad territorial y la Reforma.
Las naciones occidentales europeas habían comenzado su carrera imperial, descubriendo nuevos continentes, despojándolos de sus tesoros y ofreciéndoles un cambio al credo católico. Como resultado inmediato, la casta occidental de Europa se convirtió en el centro económico del mundo. Las nuevas empresas mercantiles necesitaban capital, ya que las rápida expansión del comercio no podía adaptarse al sistema económico localista feudal. Así pues, un nuevo sistema bancario comenzó a desarrollarse para satisfacer las crecientes necesidades del comercio. Con la aparición de banqueros y comerciantes surgió una nueva clase burguesa poderosa capaz de controlar los medios de circulación, financiar las campañas militares de los reyes y establecer sus casas como sede del tráfico de mercaderías en Europa.
La aparición del capitalismo minaba, dondequiera que llegara, el orden existente, al sostener que el lujo y el disfrute de la riqueza terrenal era carrera respetable para los cristianos. Así fue como la propiedad individual acabó con el equilibrio moral en el mundo.
La Reforma y sus impulsores empezaron entonces a atacar el poder espiritual de la Iglesia, denunciando su secularización, sus riquezas y la corrupción de sus costumbres. Así, se dieron cuenta de que el individuo podía sólo llevar una vida cristiana si se liberaba del dominio.
La columna vertebral de esta reforma fue la nueva clase media y las dos fuerzas motoras la Biblia, como fuente de verdad, y la Nación, como fuente de poder. Este protestantismo acabó como un departamento de Estado, mandando que se obedeciera a las autoridades, y aplastando sin compasión las revoluciones campesinas.
Uno de los efectos indirectos de la Reforma fue la liberalización de la riqueza de la Iglesia, que convirtió la tierra en un bien acumulable y movilizable, dejando de ser ésta una señal de privilegio una vez desaparecidas las clases sociales feudales.
Mientras la propiedad privada, la ciencia y los métodos bancarios avanzaban implacablemente, el hombre europeo necesitaba acomodar su religión, su ley y su moral social a estas nuevas condiciones. Ésto lo conseguiría el movimiento calvinista, que moldaría la mente de las nuevas clases sociales de negociantes, sin entregarla al poder de los príncipes seculares como hizo Lutero. Uno de los puntos claves fue el posicionamiento respeto a la usura, haciendo una distinción vital entre lo que debía entenderse por aquella operación prohibida y la ganancia legítima de capital. Cada individuo logró disciplinar su ética, dado el marco de predestinación en que el calvinismo puso a gran parte de los hombres europeos.
Teoría Política del Absolutismo
Las teorías del Estado Absoluto dan cuenta de que el Estado Moderno se basa definitivamente en una fuerza centralizada y que sin el respaldo de esa fuerza no puede prevalecer justicia ni moralidad de clase alguna. La más influyente de las nuevas teorías fue la del derecho divino de los reyes, y el correspondiente deber de la obediencia pasiva. Este deber lo vemos transcrito en la Biblia, de la cuál los fieles recibían instrucciones precisas. La fe del medievo y de esta nueva época podía ser distinta, pero el principio fue el mismo, porque el nuevo Estado dependía en última razón de la fuerza concentrada en el gobierno central, y el gobierno central iba a exigir absoluta obediencia de sus súbditos, aun cuando grandes núcleos de ellos rehusasen reconocer su autoridad. El derecho divino de los reyes se convirtió en la justificación del status quo en una época destrozada por una sucesión de guerras religiosas. Dadas las resistencias que negaban el derecho divino y encontraban razones por las que ningún Estado debía perseguir a sus súbditos, en razón de sus creencias, se hizo necesario volver a la noción de un pacto entre el rey y su pueblo, tratando de demostrar que aunque el poder divino se derivaba de Dios, también dependía del convenio que se hubiese establecido para mantener la religión verdadera. Una vez admitido ésto, la minoría religiosa (católica o protestante), podía argüir que si el rey profesaba una religión falsa se estaba en lo cierto al combatir su poder y destruirlo. Esta teoría resultaba tan absoluta como la del derecho divino. El poseedor de la religión verdadera era el único que tenía derecho de rebelión. Hay que destacar dos rasgos de estas nuevas teorías:
1) Los argumentos empleados eran de carácter teológico, y sin reconocer el carácter secular de la política, se reclamaba el derecho absoluto de la religión organizada para controlar los gobiernos.
2) La Reforma había producido una situación en la que los gobiernos establecidos diferían precisamente en la religión que trataban de imponer a sus súbditos, mientras todos seguían sosteniendo que debía ser impuesta la religión universal.
La Europa occidental se había establecido ya en sus nuevos Estados territoriales, más o menos delimitados, cada uno con su propia burocracia, su ejército y su monarca absoluto. El nuevo sistema financiero era una institución respetable y reconocido por todo el mundo, y los derechos exclusivos de la propiedad privada se admitían universalmente. He aquí los cimientos del Estado moderno.
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