Cuando anochece, con la oscuridad viene el enamorado, que inocente y candoroso, o se asoma al balcón, o acomoda sus nalgas en la arena de la playa, o se tumba en el cetrino del retamal, para contemplar como la esfera cubierta de plata le guiña el ojo y lo cautiva, para dejarlo absorto. Es entonces cuando la luna y el enamorado se dan cita. La primera se voltea y le muestra su secreto, el segundo libera su amargura con espesas lágrimas.
En la cara oculta de la luna hay un pozo. Un pozo irregular, de materia calcárea y gélida, que cada noche se llena de lágrimas humanas. Un ejército de lamentos, con el fracaso por bandera, se derrama en las suaves manos de la luna, que abraza en su pozo, con afecto maternal, el dolor y la pena que empapan el corazón del pretendiente. El lunero, un anciano sabedor de todos los males que el amor alberga, clasifica las lágrimas una u una y garantiza que el amor causante de éstas sea verdadero. Las huele, observa atento su transparencia y las saborea con detenimiento. A continuación las posa en el fondo del foso, que despide un rayo de luz inmenso y resplandeciente, que vacía la lágrima de aflicción. Entonces ésta se cristaliza y pasa a formar parte de la superficie lunar.
He aquí pues, la maravillosa historia de la formación de la luna, una burbuja brillante, que desde que el primer enamorado lloró, buscando esperanza en el cielo, ha ido creciendo y dibujando cráteres, fruto de los pozos que el lunero excava, en su vasta extensión. Si algún día, después de oír esta leyenda, te da por mirar la luna, observa como ésta, lentamente agranda su diámetro, como el lunero, viejo inmortal de blancas barbas, traza nuevos pozos y como cataloga nuevas especies de lágrimas. Si al día siguiente alguien te dice que en la luna han encontrado agua, ya sabes de donde procede: de los miles de enajenados, que embrujados por el amor, depositan cada noche sus lágrimas en el pozo de la cara oculta de la luna.
En la cara oculta de la luna hay un pozo. Un pozo irregular, de materia calcárea y gélida, que cada noche se llena de lágrimas humanas. Un ejército de lamentos, con el fracaso por bandera, se derrama en las suaves manos de la luna, que abraza en su pozo, con afecto maternal, el dolor y la pena que empapan el corazón del pretendiente. El lunero, un anciano sabedor de todos los males que el amor alberga, clasifica las lágrimas una u una y garantiza que el amor causante de éstas sea verdadero. Las huele, observa atento su transparencia y las saborea con detenimiento. A continuación las posa en el fondo del foso, que despide un rayo de luz inmenso y resplandeciente, que vacía la lágrima de aflicción. Entonces ésta se cristaliza y pasa a formar parte de la superficie lunar.
He aquí pues, la maravillosa historia de la formación de la luna, una burbuja brillante, que desde que el primer enamorado lloró, buscando esperanza en el cielo, ha ido creciendo y dibujando cráteres, fruto de los pozos que el lunero excava, en su vasta extensión. Si algún día, después de oír esta leyenda, te da por mirar la luna, observa como ésta, lentamente agranda su diámetro, como el lunero, viejo inmortal de blancas barbas, traza nuevos pozos y como cataloga nuevas especies de lágrimas. Si al día siguiente alguien te dice que en la luna han encontrado agua, ya sabes de donde procede: de los miles de enajenados, que embrujados por el amor, depositan cada noche sus lágrimas en el pozo de la cara oculta de la luna.
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