sábado, 14 de febrero de 2009
Me apoyo en un coche viejo lleno de polvo, y silbando diluyo la lascivia. Recibo mientras empiezo a tatarear, tu mensaje que confirma lo que me temía: aun no has aprendido a no hacerte de rogar. Escupo y me adentro en un bar cuya barra está poblada por solitarios hombres con la mirada perdida. Tras evitar encontrarla, pido un cortado y me siento de cara a la boca del metro. Sumo a las demás miradas la mía, y cuando apareces ésta se centra. Me levanto y te silbo, para que vengas a contarme todo eso que me tengas que contar. Has cambiado. Esa es mi primera impresión, y me satisface la verdad.
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