martes, 26 de julio de 2011

Sublevación del 25 de julio de 2011

Me subleva la injusticia. Tan injusta.

Las lágrimas de la vecina y el rostro callado de su hijo, que no entiende porque sus padres son desahuciados de un piso que pagan desde hace dieciséis años. Porque ni siquiera sabe lo que quiere decir la palabra desahucio. Me subleva el policia que propina un porrazo sobre la cabeza del vecino solidario. Vecino, que quizás solo la conocía porque coincidían en el bar, el mercado o, quizás tan solo, bajando la basura. Pero que se planta ante ellos y les dice que por aquí no. Por aquí sí que no. Me subleva el silencio del vecino que se calla, y no dice nada. Me subleva, más si cabe, la palabra mentirosa de una madre a su hija cuándo esta le pregunta qué pasa, que por qué al lado del campo de fútbol dónde juega su hermano hay diez furgonetas repletas de robots. - La gente, hija mía, que se mete en las casas y no las paga.

"Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoveran las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerd con el interés general para impedir la especulación" (Art.47 de la CE 1978)

Me subleva semejante meo en nuestras caras. Me subleva que se rían, cartas magnas en mano, a carcajada limpia de nosotros. Me subleva que la madre no sea capaz de explicarle a su hija que las necesidades vitales -el techo, el hogar-, que los derechos sociales, no se pagan en una sociedad justa, porque hay quién no puede pagarlos y por mil porqués más.

Me subleva, también, que un señor que hasta hace tres días dirigía la patronal de los hospitales privados en Catalunya, diga con la boca bien ancha que las operaciones de mis mayores no son urgentes. Sí, me subleva. Que me digan que las operaciones de prótesis de cadera o de rodilla con la que las personas mayores puedan disfrutar tranquilamente de su vejez no son urgentes. Que me digan que la operación de cataratas de mi abuelo no es urgente. Que pueden esperar. Que pueden seguir recluidos en casa, a la espera de poder ver o caminar. Que se cierren hospitales, se quiten ambulancias, se cierren quirófanos y servicios básicos como las urgencias y que alguien tenga el santo morro de decir que todo eso no afectará a la calidad de la asistencia. Que echen incluso a médicas y enfermeros, y demás personal, a la puta calle, como si fueran prescindibles. Prescindibles son vuestros sueldos, miserables, vuestros lujos, hijos de perra, que jugáis con nuestro derecho más fundamental e inalienable: la vida.

Que jugáis también a dividirnos, desde los despachos y rascacielos, entre autóctonos y estrangeros, malos y buenos, violentos y pacíficos, políticos y apolíticos. Que creéis, ingenuos, que podéis vencer dividiendo, que podéis decapitar movimientos sin cabezas, llenos, llenitos de cuerpos, de manos, de centenares de miles de pies que caminan juntos en asambleas, marchas, manifestaciones, ocupaciones, cooperativas, centros sociales, allí donde más os duele. En la calle, que ya os creíais por siempre vuestra. En los medios de comunicación, cercenando la mordaza y el silencio que imponéis con la censura cotidiana. En la economía de base y de supervivencia, en la política de barrio, vecinal. En todas partes, queriéndolo todo, porque es nuestro. Porque no olvidéis que nos sublevan muchas cosas pero que nos esperanzan muchas otras. Porque tenemos certezas que no nos podréis robar nunca. Certezas de sueños que se harán -que se hacen- realidad, de anécdotas que multiplicadas en todas partes se convierten en categorías, de multitudes activas y pasivas, dispuestas a darlo todo por no dejar perder, y ahora ya por siempre más, una cosa que nunca deberíamos haberos dado. Nuestra dignidad.

Hoy, 25 de julio de 2011, cuándo la policía desahucia a una familia para proteger los privilegios heredados de la dictadura del señor Alberto Viña Tous, consejero nacional de cultura bajo la dictadura franquista. Hoy, cuando la policía agrede y hiere a nuestros vecinos y vecinas. Hoy, cuando creéis haberlo conseguido, nos seguimos reuniendo, seguimos resistiendo desahucios, poniéndonos en huelga y saliendo a la calle. Hoy, como cada día hasta que tomemos lo que es nuestro, debéis de escuchar nuestro grito feroz y mudo. A vosotros, genocidas de mente retorcida y corazón deshabitado, este mensaje. Nos hemos sublevado, vivimos de ahora en adelante en permanente estado de rebeldía.