lunes, 13 de junio de 2011

Carta a la muerte

Que tenemos el corazón de hierro y la memoria viva. Que tenemos recuerdos para vivir toda una vida de nuevo. Que nos tenemos los unos a los otros. Que, mientras caminamos lentamente hacia ti, huímos tambien con sonrisas y alegría, con abrazos imperecederos, con el alma llena de verano. Y si con esto no te basta, te jodes muerte, te jodes. Que hemos aprendido a vivir contigo, aunque llenos de pena. Que te conocemos el rostro y ya no nos das miedo. Porque llevamos en el cuerpo la lucha y las ganas de vivir, innatas. Y si nos dejas, seguiremos levantando a nuestras madres -malmetidas por el paso de los años- y a las madres de los demás, seguiremos atendiendo a turistas y dando paseos largos, cuán más largos posibles. Seguiremos cocinando y zampando. Comiendo todos juntos entre carcajadas y burradas. Seguiremos viendo el futbol y yendo a pasear a los galgos. Seguiremos yendo a trabajar y a estudiar. Seguiremos cultivando el huerto -incansables- cada mañana, temprano. Y el champiñón, cuándo aún no habrá roto el alba. Y regando las plantas, y cuidando los patios, y alimentando las gallinas. Seguiremos paseando a nuestros nietos y nietas, cosiéndoles los descosidos, los del pantalón y los del alma. Seguiremos jóvenes, tengamos la edad que tengamos. Aprendiendo a hacer pan, a pescar, a contar, a bailar o a vender teléfonos. Jugaremos, cada fin de semana, partidos agotadores. Y aprenderemos, sobretodo, a no olvidar. Jámás de los jamases. Haremos lo que sea, para tenerte lejos. Calderetas o paellas, migas o ajo, lo que sea con tal de estar juntos, los que pisamos la tierra y los que pisan el suelo duro de nuestro pensamiento constante. Seguiremos casándonos, amándonos, jodiéndonos y bebiéndonos algun que otro cubata -por qué no informarte de esto también-. Seguiremos yendo al médico -al de Albacete, el de Denia o el de Barcelona, qué más da-. A que nos miren la rodilla, la vista, la espalda y lo que nos quieran mirar. Y si hace falta volveremos a entrar a los hospitales, porque en ninguna parte hemos conocido luchas tan sumamente gigantes. Seremos gigantes, los unos con los otros, y los otros con los unos, en coche, en moto o en furgoneta. Al río, o a Sant Celoni. A Canyeretes o al pueblo. Incluso a las fiestas, con los primos más majos del mundo, de pueblos sin instituto. Y cuándo nos venza el dolor, la nostalgia, la añoranza, nos llamaremos y nos sabremos tan cerca, que no habrá distancia capaz de borrar tantos abrazos. Porque, aunque a veces parece que son más los que estan contigo que los que no, los que nos quedamos somos valientes y estamos llenitos de ellos. Llenitos de abuelos y abuelas, y padres y madres, que se fueron, demasiado pronto o demasiado tarde. Repletos de tantos aprendizajes, de tantas palabras, de tantos consejos, y de tantos errores -que podemos no volver a cometer-. Y nos podemos hacer los fuertes, y decirte: Oye, que somos invencibles. Pero no te lo decimos porque sabemos que tarde o temprano cojeremos la barca hacia la otra riba del río. Te decimos, simplemente, que la única lucha que se pierde es la que se abandona, y que cómo ninguno de ellos abandonó, estan, y estamos, llenos de victorias. Maltrechas, por tu culpa. Pero no te guardamos rencor, solo cuatro, o cinco, o más de trescientas mil cuatro cientas dieciseis palabras que en forma de vómito te escribiremos de vez en cuando. Sabios como nos has hecho, a base de tanta lucha, de tanto valor, de tanto coraje. Y sus tumbas, llenas de flores. De ramas de romero y hojas de ababol. Y sus fotos llenas de besos. Y sus cosas, bajo custodia compartida por todos aquellos que, pacientes, seguimos caminando cada día por ellos. Perdona que acabe sin ni siquiera nombrarte. Ahora nos toca a los vivos. ¡Ep! Que no pare ni un zapato, que la música no para y ya sabéis, pasen los años que pasen, hay que seguir bailando.